En Madrid conviven fachadas históricas que exhiben con gracia iluminación en tonos violeta.
Cúpulas tupidas que esconden vida interior aunque ya pasada.
Los devotos del arte encuentran refugio y las parejas una cálida buhardilla donde amar.
La arteria que intersecciona el barrio del ocio en pleno centro, en ella sus viandantes a menudo van consumiendo café en gran vaso desechable al estilo La Gran manzana. Se mezclan con otros que emulan alta sociedad y conversan con los exquisitos escaparates para algunos inalcanzables.
Cada monumento empapado en fuente, cada rincón con vida.
En el rastro los agotados venden las almas y los más vulnerables las compran; cachivaches, libros sin portada, chapas de una infancia esfumada tienen módicos precios para procrear coleccionistas.
En La Gran Vía los aficionados a las carteleras se mezclan con los modernos urbanitas que buscan tan sólo la sensación que les produce dejarse llevar por la calle más exótica de la ciudad y provocar perderse por alguna de sus bocacalles.
La plaza Mayor aguarda secretos y adoquines descolocados que no desmerecen porque el lujoso granate de los muros festeja su color. Alrededor los ociosos consumen tapas, los jóvenes juegan a seducir en esas kilométricas alfombras de césped encajadas entre voluminosos edificios que invitan a soñar despierto mirando a las alturas del piso 33.
Cafeterías de terciopelo, gente de paso, patria de históricos, escenario de ilusiones, barrio cosmopolita, movimiento que no cesa, ciudad eterna, así es Madrid.
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Para los que se vayan a convertir en madrileños:
Un libro: La Gran Vía es New York (Raúl Guerra Garrido)
Un rincón con encanto: Café del Real, Plaza de Ópera
Una zona verde: Parque del Capricho
Una vista urbana: Azotea del Círculo de Bellas Artes
Etc...